Cuando Soledad llega del trabajo a las 18:30, se le aprieta el estómago porque sabe que se le avecina una batalla: la hora de la comida. Ella tiene dos hijos: María de 4 años, que desde chica siempre se comió la comida sin problemas, tiene buen apetito, le gusta probar distintas cosas y en general se come todo lo que le dan sin demorar ni alegar. La comida con ella nunca fue un tema. Pero con Tomás, de 2 años y medio, la cosa ha sido distinta. Hasta hace un año no había tenido problemas con él, pero desde hace un tiempo, frente a cualquier alimento, dice que no le gusta. Intentando que comiera, a veces le preparaba otra cosa con tal que se alimentara, pero no resultaba. Otras veces, le trataba de meter la comida a la fuerza, pero tampoco lograba que Tomás comiera.
Finalmente, la hora de comida se convirtió en una pesadilla para ella y para toda la familia. Cuando lo llama a comer, no va y tiene que llevarlo a la fuerza. Ante esto Soledad empieza a ponerse mal genio, pero trata de controlarse. Una vez que logra tenerlo sentado, intenta “meterle” la comida a la boca, pero él se rehúsa cerrándola con toda su fuerza y cuando logra darle una cucharada por la fuerza, Tomás la escupe. En medio del ajetreo se da vuelta el jugo y cae sobre la comida de María quien tiene que bancarse la pelea en todas las comidas. La mamá pierde la paciencia y empieza a gritarle “¡Hasta cuándo, te comerás todo!”, “¡Eres un mañoso!” y Tomás comienza una pataleta en la que bota su comida y se tira a llorar al suelo. Todas las comidas terminan con la mamá enfurecida y angustiada y con Tomás castigado.
Este tipo de situaciones es muy común en muchos hogares. Padres preocupados porque sus hijos tengan una alimentación sana e hijos que se niegan a comer y recurren a todo tipo de conductas para no hacerlo. Lo que debiese ser una instancia familiar para compartir y encontrarse, termina convirtiéndose en un campo de batalla, que sólo deja damnificados.
Las horas de comida son importantes en la vida de todas las personas, comenzando desde niños. Parte siendo una instancia para recibir atención y cariño, a la vez que se descubre y explora un mundo de sabores y olores, y con el tiempo se convierte en un espacio para compartir con la familia. Pero también la comida tiene un significado psicológico, ya que está vinculado con la capacidad de recibir o proporcionarse a uno mismo lo que es necesario para crecer, desarrollarse y sentirse bien. Por eso el comer está relacionado con el autocuidado físico y psicológico: así como alimentarse es indispensable para la vida, se desarrolla el concepto de “nutrir”el mundo interior a través del contacto con otros y de las relaciones de afecto.
También es importante considerar la etapa evolutiva del niño. Hasta el año tienden a ser buenos para comer. Alrededor de los 2 años los niños suelen ponerse más inapetentes y es común que coman menos. Junto con ello aparece el negativismo normal del desarrollo que lo lleva a “cerrar la boca” como una forma de afirmar su autonomía.
Tan importante como que el niño se alimente, es que la hora de comida sea una instancia agradable, positiva y de intercambio afectivo entre los miembros de la familia. Si caemos en una escalada de presión y tensión, solo logramos que el niño se resista más a comer y aumente su rechazo a los alimentos. Éste va ganando poder porque es el único que finalmente puede decidir abrir la boca.
Si bien es importante que los niños aprendan a probar distintos alimentos y no sean mañosos, más importante aún es que la instancia de alimentarse, signifique para ellos un espacio agradable y nutritivo tanto en lo físico como psicológico.
Aplicando estas medidas, Soledad comenzó a relajarse a la hora de comida, y empezó a disfrutar junto a María y Tomás, aprovechando esta instancia como un espacio de comunicación, intercambio y afecto. De a poco Tomás empezó a comer y la comida dejó de ser una pesadilla.