Cada minuto que pasa vamos creciendo y avanzando. También vamos envejeciendo y comenzamos a vivir una sensación cada vez más vertiginosa de que las cosas pasan más rápido. Los años se hacen más cortos y al final una década puede pasar volando como en los primeros minutos de la película Up. Por eso mismo a veces es importante pensar en el ejercicio de las ponderaciones en base a lo limitado que es nuestro tiempo. Es sencillo; se trata simplemente de entender el peso específico y el valor que le damos a las cosas que inundan nuestro día. Una acción útil que hasta puede llegar a ser saludable.
Son pocas las ocasiones en que uno debe parar la máquina para entender que no todo es igual de importante, pero cuando lo hacemos vale la pena. ¿La razón? Porque siempre se puede jerarquizar y eso ayuda a dimensionar bien la realidad que vivimos. Entregar un informe urgente, puede ser menos relevante que cerrar un acuerdo con un nuevo cliente. Disfrutar de un fin de semana fuera de la ciudad, a veces es más necesario que quedarse a cumplir con algún evento social. Llegar a la casa para aprovechar la familia es más importante que quedarse cumpliendo un horario frente a los demás. Y así existe un listado casi infinito, en donde se puede calibrar el peso específico de nuestras acciones para vivir con sentido los descuentos que van quedando.
Existen también decisiones que pueden ser estratégicas, si es que incluso racionalizamos todavía más el ejercicio aritmético. ¿Por qué trabajar en algo que no me provoca un sentimiento de realización? Si me quedaran 1.258 días de vida, ¿lo seguiría haciendo? Cambio. Si mi hijo se enfermara, ¿seguiría regalándole tanto tiempo a Candy Crush? Cambio. Si me fuera a vivir lejos por un buen tiempo. Cambio. Sólo es necesario ponerse en algunos escenarios para provocar una ponderación que puede ser provechosa para reconocer el valor único que debería tener cada decisión frente a un periodo de tiempo que es acotado. Como nuestra propia vida.
Con esto en la cabeza, se puede modificar la toma de decisiones, para vivir alegrías más profundas, permanentes y con sentido. Un cambio en el proceso de elección de nuestro día a día, que puede servir para calibrar las cosas verdaderamente importantes desde una premisa muy básica y obvia, pero que a veces se olvida: lo que realmente nos hace felices tiene que ser lo más determinante en nuestra agenda.