Agosto es conocido como el mes de la solidaridad y es un buen momento para reflexionar sobre el rol que tenemos como padres en la formación valórica de nuestros hijos, y en particular en este mes respecto a la solidaridad.
Existe una metáfora que ilustra muy bien la importancia de inculcar valores en nuestros hijos. Si tenemos un jardín que está lleno de malezas, existen dos alternativas: dedicarnos a sacarla, con lo que nuestro jardín siempre estará pelado y feo y para nosotros será cansador o dedicarnos a sembrar flores y plantas, lo que hará que el jardín sea más lindo y que sola la maleza comience a desaparecer.
Como padres, no podemos quedarnos solamente con educar al niño en normas, hábitos y lograr que desarrolle conductas esperables para que se ajuste al modelo social. Debemos dar un paso más allá y eso se hace con la enseñanza de los valores, lo que correspondería a “cultivar” el jardín y superar el mínimo esperado.
La solidaridad consiste en reconocer las necesidades de otros, conmoverse, afectarse, no quedar indiferente ante ellas y actuar para ayudar a satisfacerlas, en una palabra, empatizar. Supone reconocer que la búsqueda del bien común es más importante que la del bien individual. Éste es un valor que permite sostener el tejido social, ya que conecta a unas personas con otras y nos protege del individualismo.
Evolutivamente, a los 2 años el niño ya se reconoce a sí mismo como un yo diferente de los demás, por lo que podemos comenzar a estimular el desarrollo de valores como la solidaridad. Si bien a esta edad es muy egocéntrico, ya que mira la realidad sólo desde su punto de vista, es importante comenzar desde esa edad a fomentar conductas que le impliquen preocuparse y ayudar a otros.
En un comienzo el niño sólo realizará la acción que el adulto le muestra por obediencia, no hay una real internalización del valor. Sin embargo, si esto se repite con frecuencia en el tiempo y si las personas que son afectivamente relevantes para él se lo muestran como algo importante, el niño irá comprendiendo la importancia de esas conductas y llegará a valorarlas él mismo. Así irá desarrollando un valor. Esto se consolida generalmente en la etapa de la adolescencia.
No existen recetas, pero sí se puede intencionar la enseñanza de un valor: haciendo al niño repetir una conducta en la cual el valor esté involucrado y haciéndolo consciente de ello y de su importancia. Sin embargo, lo más importante y primordial, es que los padres sean el ejemplo de los valores que se enseñarán. Si ellos no son solidarios y el niño en su vida diaria no experimenta la solidaridad, difícilmente podrá aprenderlo e incorporarlo como algo que desee en su vida.
Algunas sugerencias concretas que los papás pueden hacer con sus hijos para enseñar la solidaridad. Cada una de estas acciones debe acompañarse con una reflexión, es decir, hay que estimular al niño para que piense sobre la relevancia de la acción.
Educar la solidaridad en los hijos es fundamental si queremos que ellos no sean meros espectadores en el mundo, sino que actores que aporten y contribuyan a hacer de éste, un mundo mejor.