Hace unos días, mientras padecía una gripe tan tozuda como MEO de candidato, aproveché de ver la comedia argentina “Un novio para mi mujer”. La protagonista, una chiquilla amargada y mal genio, decía que lo que más odiaba en las personas era a los “buscadores de coincidencias”. Esa gente que siempre trata de hacer match con el otro por el signo de zodiaco (“eres libra, igual que yo”), la ciudad en la que se criaron (“¡eres de Talca, yo viví ahí!”) o cualquier mínimo detalle que satisfaga esa necesidad imperiosa de buscar coincidencias por el simple hecho de hacerlo.
Pues bien, lo que voy a escribir no tiene nada que ver con eso. Solo que esa reflexión me hizo pensar que más que los que aman las coincidencias, a mí me llaman la atención los expertos para hablar con indirectas.
¿Se han percatado que hay personas, realmente profesionales, verdaderos doctorados, especialistas en el mayor y amplio sentido de la palabra, para hablar con indirectas? Es un arte y una peste bubónica a la vez. Porque ahora además con la explosión de las redes sociales, los “indirectistas” (así los llamaré, no busquen en la RAE) no solo te lanzan las indirectas face to face, sino Facebook to Facebook, o en realidad usan todas las plataformas para hacer llegar su mensaje enrollado y sinuoso.
Estos encontraron en las redes sociales un verdadero manjar para lanzar sus amadas indirectas. ¿Cómo lo hacen? Publican pensamientos, desahogos y palos misteriosos que obviamente dejan a todos los copuchentos ultra intrigados. Por ejemplo: la indirectista profesional publica en su muro de Facebook: “Muy decepcionada” y ahí todo aquel que ha tenido el más leve impasse con la protagonista se siente aludido.
El marido piensa “¿seré yo Señor?”, esa amiga que no le llevo a la cabra chica al colegio se pasa más rollos que Edmundo con Cari, la jefa que no le aprobó el aumento de sueldo jura a pie juntillas que ese posteo tiene su nombre y apellido impreso. Y todo esto acompañado de los infaltables cometarios de sus amigos virtuales; ¿“Qué paso amiga?”, “¿Todo bien?” “Sea lo que sea ojalá que se solucione” y un sinfín de frases hechas que tienen como único objetivo saber el cahuín en cuestión. La indirectista digital nuevamente ha triunfado.
Hay otros peritos en indirectas que no solo hablan en ese lenguaje, sino que además les gusta carbonear con eso. En una conversación, el indirectista carbonero le está diciendo algo complejo a alguien y, para sentirse validado y no estar solo en ese momento incómodo, lanza esa frase demoledora "no soy el único que lo cree, hay varios que opinan lo mismo". ¡Paaaam!
Lo que provoca la pregunta obvia del que está recibiendo la crítica “¿Quieneees son esos varios? Y ahí el indirectista esconde la mano y se pega la tonta reversa diciendo “No puedo decirlo”, generando la mayor de las inseguridades en esa pobre ave que está siendo atacada. Inderectista cobarde detected.
La persona llega con cara larga, hace sonar los platos cuando los lava, suspira más largo que pregunta de Paulsen y contesta solo con monosílabos. Sus indirectas son hechos concretos para hacer notar su molestia frente a algo y cuando el que convive con esa persona, sea su pareja, un amigo o familiar se acerca para enfrentar la solución y resolverla, a la clásica pregunta “¿Te pasa algo?”, el personaje responde con la insípida frase: “No me pasa NADA”.
Es imposible descifrarlo, tampoco quiere contar lo que le pasa y para leer sus indirectas hay que tomar un curso con Código Sence. Paciencia y muchas flores de Bach para los pobres que tienen que bancarse a este tipo de indirectista.
En esta categoría el amante de lo indirecto se despliega a sus anchas en el ámbito de lo escrito. Y su mayor esplendor lo logra tratando de decir “lo no dicho” con el uso de los puntos suspensivos.
Un mail por ejemplo lo termina con “esperaba ayer el informe…”. Traductor Ladysoft: “eres irresponsable”. En una situación de conquista por whastsapp pondría “No me llamaste…”. Traductor Ladysoft: “¿tú creís que yo tengo todo el santo día para esperar que se te ocurra acordarte de mí?”. Para cobrar sentimientos en Facebook “Veo que estuvo entretenida la celebración…”. Traductor Ladysoft: “estai buena onda, gracias por invitarme a tu cumpleaños”.
Querido lector, ojo con los tres puntos después de una frase… algo te quieren decir.
Hay indirectistas que tienen alma de inspector de colegio. Les fascina estar controlando al resto, pero nunca lo hacen de frente, saben lanzar frases al viento aparentemente sutiles pero demoledoras. Por ejemplo, probablemente no tengamos el cuerpo de la Mayte Rodríguez, la lucha por los kilos parece la guerra de los 100 años y el indirectista fiscalizador te ve acercándote a una barra de chocolate. Como nada, casi cual gacela, se cruza y te dice: “Ahhh, veo que te gusta el chocolate”, lo que rápidamente hace que la mentalidad insegura del fiscalizado lo haga dejar la barra en el mismo lugar y resignarse con el tutti frutti pálido que está en la mesa.
Frases como “¿Parece que estuvo buena la fiesta?” (fiscalizador de carretes), “Mish, ¿auto nuevo? Parece que está bueno el emprendimiento ah?”(fiscalizador económico) o “Qué joven y flaca la nueva polola de Juanito” (fiscalizadora envidiosa), son solo algunos de los ejemplos de ese indirectista que anda por la vida diciendo frases encubiertas pero llenas de juicios.
Todos somos indirectistas o los hemos sido alguna vez. Nadie puede negarlo. Quizás por falta de herramientas, por querer mantener el control y no explotar de rabia, no parecer débil, o simplemente por maldad. Por eso, ¿cuál es el desafío?
Cada vez que vayamos a planear algún tipo de indirecta, debiésemos detenernos y preguntarnos: ¿sirve realmente para resolver el problema? ¿Es más efectivo que decir simplemente lo que pensamos? Tratemos de caminar por la vereda de la sinceridad, teniendo la madurez (que es muy distinta al descriterio) y decir sin tanto adorno y challa lo que sentimos y pensamos.