Nota: tomamos el caso de una mujer, pero esto aplica, obviamente, a todos los padres que experimentan este sentimiento.
Mónica tiene tres hijos, uno en 4° básico, el otro en 2° y la más pequeña que acaba de entrar a pre-kínder. Ella trabaja en una empresa desde hace doce años; le gusta su trabajo y además necesita generar los ingresos. Su jornada laboral es de 8:30 a 5:00, pero logró negociar con su jefe para salir un día más temprano (sí, bastante afortunada). Así alcanza a llegar al colegio de sus hijos a las 3:30, para poder hacer el turno.
Además, los lunes tiene que hacer el turno de preescolar que es a las 12:45, por lo que aprovecha su hora de almuerzo para “arrancarse” y buscar a su hija menor y llevar a sus casas a cuatro de sus compañeros. Luego corre de vuelta al trabajo, se come un sándwich mientras maneja y alcanza a llegar justo para retomar sus funciones laborales.
A lo anterior hay que sumarle las horas al doctor o al dentista de cada uno de los hijos, los talleres extraprogramáticos y los tacos de la ciudad. La verdad es que Mónica corre todo el día para cumplir con su trabajo y con los horarios de los niños, pero al final del día suele sentirse en deuda. Siente que no alcanza a terminar con algunas tareas importantes de su trabajo y su lista de “pendientes” crece cada día. Por otra parte, le da pena cuando su hija menor le pide que llegue más temprano para que jueguen juntas o vayan al parque, o cuando su hijo mayor la llama al trabajo para decirle que no sabe cómo hacer un trabajo que le dieron en el colegio y ella le tiene que decir que lo verán en la noche.
La realidad de Mónica es similar a la de muchas mujeres que viven tratando de hacer verdaderos “malabarismos” para coordinar las exigencias del trabajo, la casa y los hijos. Y junto con esta verdadera “ingeniería de agenda” que deben realizar, es muy frecuente que aparezcan sentimientos de culpa, asociados a sentir que no se alcanza a cumplir con los estándares que ella quisiera.
La culpa es un sentimiento que la gran mayoría de los seres humanos experimentamos en algún momento de nuestras vidas, y cumple una función importante dentro de nuestro funcionamiento, pues actúa como un “sensor” que nos permite detectar cuando nuestro comportamiento, actitudes o ideas, se alejan del parámetro que nos hemos establecido como correcto. Cuando hacemos algo que consideramos que “está mal” nos sentimos culpables y eso nos lleva a, dentro de lo posible, corregir el rumbo.
Sin embargo, la culpa puede pasar a ser un problema cuando se convierte en una sensación que nos atormenta, no nos deja nunca tranquilos, nos atrapa y nos paraliza, pues solo nos quedamos “rumiando” esa sensación, pero no logramos hacer algo concreto para cambiar. Y muchas veces no es necesario hacer grandes cambios, sino solo cambiar nuestra mentalidad: no hay nada negativo en compatibilizar trabajo y familia, por lo que debemos mentalizarnos en que como no es malo, no debemos sentir culpa.
Por otra parte, las culpas muchas veces nacen como resultado de la comparación entre lo que hacemos y unos estándares idealizados, que son imposibles de cumplir. En el caso de Mónica, su sensación de culpa tiene que ver con que a pesar de que se esfuerza mucho por cumplir al máximo en el trabajo y con los hijos, es matemáticamente imposible que pueda destinar a cada cosa la cantidad de tiempo que quisiera. Es una culpa que la atormenta, pero que la tiene atrapada, pues sigue funcionando de la misma manera y no logra generar ningún cambio.
También es bueno reflexionar respecto a lo que pasa con nuestros hijos cuando nos sentimos tan culpables respecto a nuestra maternidad (o paternidad). Es común que la culpa nos lleve a actuar de forma errática, porque por una parte queremos “compensar a los niños” por nuestras supuestas “faltas” de tiempo, paciencia o dedicación. Pero a veces esas compensaciones chocan con las normas que sabemos que son bueno que pongamos, por lo que oscilamos entre la permisividad y los límites, dejando al niño confundido y sin saber a qué atenerse. Por otro lado, si vivimos con culpa podemos estar enviando, sin darnos cuenta, un mensaje al niño de que hay algo malo o grave en lo que hacemos. Que el hecho de que la mamá (o papá) no esté siempre es algo malo y que lo bueno sería que ella siempre estuviera presente. De este modo el niño puede ir sintiéndose más inseguro y experimentando la sensación de que para estar bien necesita su madre/padre al lado. Por último, tenemos que ser conscientes de que el mundo emocional de los niños se va moldeando, entre otras cosas, a partir de las emociones y sentimientos que observan en sus padres. Entonces si vivimos inundados por la culpa, podemos transmitir a nuestros hijos este patrón emocional, de que nunca es suficiente y que estamos permanentemente al debe.
Combinar trabajo y familia de forma equilibrada y vivir ambas experiencias sin culpas, es un desafío importante. Si bien hay personas que por su estilo de personalidad tienden a ser más culposas que otras, la culpa es algo que podemos aprender a manejar, para ayudarnos a nosotros mismos y también promover un sano desarrollo en nuestros niños.
1. Tomar conciencia. Poner un nombre a lo que estamos sintiendo nos permite hacernos cargo de las propias vivencias y tomar decisiones respecto a nuestras acciones. Si identificamos y reconocemos nuestros sentimientos de culpa, podremos tomar acciones concretas que nos permitan sentirnos mejor. A su vez, esto nos permite tomar cierta distancia y actuar de forma reflexiva, sin dejarnos llevar por la culpa (que es muy mala consejera).
2. Definir expectativas realistas y graduar la autoexigencia. Es importante reflexionar sobre nuestras metas y sobre los ideales que queremos cumplir en los distintos ámbitos de nuestra vida. Por supuesto que queremos ser buenos padres y también rendir al máximo en el trabajo, pero tenemos que tener claro que no somos perfectos, que nuestro día tiene solo 24 horas y que no siempre podremos rendir al cien por ciento en todo. Darnos permiso para no ser perfectos, para equivocarnos o para tener algunos olvidos, nos ayuda a disminuir nuestros sentimientos de culpa y a la vez le enseña a los niños que en la vida no todo es resulta como uno quisiera. También es una instancia para conversar con ellos sobre cómo enfrentar los propios errores y a tener paciencia con uno mismo y con los demás.
3. Delimitar con claridad los espacios de trabajo y familia. Una buena manera de disminuir nuestras culpas y maximizar nuestros tiempos es saber cortar y estar realmente en lo que estamos. Si en los momentos que tenemos para compartir con nuestros hijos seguimos conectados al trabajo por mail o celular, es probable que terminemos con la sensación de que no estuvimos realmente en ningún lado y nos sintamos en deuda con los niños y con la sensación de que no hicimos bien el trabajo. Puede ser mejor quedarse 10 minutos más en la oficina para responder esos llamados o correos pendientes y llegar a la casa con real disponibilidad para la familia.
4. Organizarse bien. Tener anotados en un calendario o agenda nuestros compromisos y tareas nos ayuda a planificar y optimizar nuestros tiempos. Una estrategia útil es revisar al inicio de la semana, todo lo que tenemos que realizar de manera de tener una visión clara de nuestras tareas semanales. Si vemos que la semana está demasiado sobrecargada, puede ser útil hacer algunas modificaciones para correr un poco menos (por ejemplo, aplazar una semana la hora al dentista de uno de los hijos).
5. Activar las redes de apoyo. Saber pedir ayuda es una estrategia de afrontamiento que nos permite solucionar temas prácticos y aliviar nuestra carga. No somos superpoderosos y no siempre podemos cargar nosotros con todo, por lo que un amigo, vecino, hermano o papá siempre pueden colaborar (sin abusar, eso sí). Al hacerlo, modelamos frente a nuestros hijos esta conducta, que es importante para la vida.
6. Tener espacios de autocuidado. Si bien los hijos y el trabajo son pilares fundamentales de la propia vida, es sano mantener y cuidar algunos espacios para hacer las cosas que nos gustan y que nos hacen sentir bien. Darse el tiempo para hacer deporte, leer, salir con una amigo/a, cocinar o cualquier otra cosa que nos guste, recarga nuestra energía y nos permita enfrentarnos mejor a nuestras tareas. A la larga estos espacios son tiempos que se invierten en favor de los hijos, porque cuando nos sentimos mejor podemos estar afectivamente más disponibles para ellos. Dado que la rutina es tan exigente, puede ser útil dejar agendados estos espacios dentro de la semana, y darnos el permiso para ello (¡sin culpas!).
7. Explicarle a los hijos sobre el propio trabajo. Es bueno contar a los hijos sobre lo que uno hace en el trabajo, cómo éste contribuye a la sociedad y los proyectos en los que estamos participando. De este modo les transmitimos una visión positiva sobre el trabajo y los hacemos parte de este ámbito de nuestras vidas.