No sé si ustedes tienen la misma sensación, pero me parece que este invierno ha sido especialmente duro en materias de enfermedades. No por nada en junio los expertos decretaron alerta sanitaria por el aumento de virus respiratorios y los doctores y consultorios están sobrevendidos como nunca. La cosa está tan brava que hasta por grupos de whatsapp parecieran contagiarse los bichos.
Con todo esto, el otro día una amiga relataba cómo era sobrevivir a su marido enfermo en cama durante 10 días. Según ella, si fue capaz de salir ilesa de eso, está preparada para la peor crisis matrimonial que pueda imaginar. A la conclusión que llegamos fue que todos nos enfermamos, pero definitivamente no todos lo vivimos igual. Hay diferentes tipos de convalecientes y aseguro que de la lista, al menos conoces a dos y te reconoces en alguno. ¡Aquí vamos!
Si hay algo que repiten los especialistas de la salud es “no te metas a Google”. Basta que digan esa frase para que el enfermo tecnológico lo haga saliendo de la consulta. Todo lo ve en este oráculo de la modernidad. Investiga los síntomas y concluye que sí o sí está padeciendo una enfermedad terminal (porque es seco para el autodiagnóstico). Además googlea los resultados de los exámenes de laboratorio, las dosis de los remedios, los tratamientos experimentales, las contraindicaciones, la cantidad de casos en el mundo con el mismo padecimiento, los casos asintomáticos… en resumen lo googlea todo y cuando se sienta frente al doctor, el que da las pautas y pasos a seguir es básicamente él. Porque maneja más información que Wikipedia y no puede con su ansiedad de esperar el veredicto del que verdaderamente sabe. Aquí me acuso públicamente. Pertenezco en un 100% a este club.
Este probablemente es el caso que más me enfurece. Es ese o esa que no piensa en la potencia de su capacidad de contagio y anda por el mundo como el Epidemia de manera olímpica, transmitiendo virus con un nivel de indolencia impactante.
Es esa mamita que va a ver a la guagua recién nacida de la amiga con todos su hijos con los mocos colgando, el compañero de oficina que te tose en la cara, la amiga confianzuda que tiene una enfermedad cutánea y ocupa tu toalla en la playa, la apoderada que manda al cabro con fiebre al jardín y paracetamol para pasar piola, y todo ese grupo de personas que no se dan cuenta que su irresponsabilidad causa problemas en los demás. Enfermos contagiosos, háganse cargo de sus gérmenes.
Sé que la discusión de la desigualdad de sexos, los estereotipos y las caricaturas pueden despertar polémicas. Pero asumamos algo, si hay algo en lo que las mujeres nos diferenciamos de los hombres es en cómo vivimos una enfermedad. El hombre con 37,1°C de fiebre, se imagina la serie de calamidades que podrían estar afectando su cuerpo, hasta las peores epidemias… y está cotizando su sitio en el cementerio, comienza a despedirse de sus seres queridos, etc.
Cortinas cerradas, temblores corporales, sensibilidad extrema frente a los ruidos y mucha, mucha necesidad de atención son los principales síntomas de este perfil. Si les subió la fiebre a 37,3°C y necesitan ir al baño, piden ayuda de terceros, caminan con pasitos cortos y se van afirmando de cada mueble que se cruza en el camino. Invalidados totalmente y con un genio “maravilloso” que pretende lograr que los niños no hagan ruido por 48 horas seguidas y tengan menos movilidad que la estatua de la libertad. Amigo/a lector/a, etiqueta al hombre que conozcas y que cumpla con estos requisitos. ¡Y aquellos varones que puedan defenderse, bienvenidos también!
Entre que los amo, los odio, les creo y me río de ellos. Me pasa todo eso junto. Es esa persona que odia a la industria farmacéutica y cree que con un ajo diario podrá vivir hasta los 123 años (tal vez lo logre, pero en soledad, porque con ese hálito veo difícil la compañía). Que con un puñado de lavandas evitará la crisis de histeria, que con unas cascaras de naranja nunca más tendrá insomnio en su vida y que prefiere que le corten la cabeza con un serrucho antes de tomarse un paracetamol. Entiéndanme… soy escéptica pero no tanto. Sé que hay remedios naturales increíbles a los que no les podemos desconocer sus facultades, pero sinceremos la discusión: hay veces que no hay mucho que pensar y el antibiótico es inminente.
“¡Sabía, sabía que me iba a resfriar!” Esa es su frase típica. Este enfermo siempre asume la responsabilidad de sus achaques y no puede superar su error táctico en la batalla contra virus y bacterias. “Sabía que no debería haber ido a la fiesta en polera, por eso me dio neumonía”, “Me tincaba que la cocina de ese restaurant era medio cochina, por eso me cayó mal la comida”, “Me condorié hablándole a esa persona que estornudó en el metro, por eso tengo influenza”, “Lo más probable es que ahora esté internada, porque no me tomé las vitaminas, la aspirina y el propóleo”.
El enfermo culposo cree que TODO depende de su proactividad, acciones y prevención, jamás piensa que existe el azar (o básicamente la “mala cueva”) y que aunque su botiquín sea el de un profesional, se va a enfermar igual.
Personalmente creo que las enfermedades son parte de la vida, que debemos tener un equilibrio justo entre el relajo y la responsabilidad. Y asumamos de una vez que hagamos lo que hagamos, en esta materia el control total no existe ni existirá nunca.