Imagen: César Mejías

El vaso medio lleno: por qué estar orgullosos de lo que Chile ha logrado los últimos 30 años

Asumiendo que aún queda mucho por mejorar, Joaquín Barañao muestra datos duros del desarrollo de nuestro país las últimas décadas. Los gráficos son sorprendentes.

Por Joaquín Barañao | 2017-10-20 | 11:46
Tags | Chile, desarrollo, 30 años, bienestar, economía, bienestar social.
"Falta todavía un montón para la cumbre, eso nadie lo discute, pero nunca habíamos ascendido tan rápido ni llegado tan alto".

*Esta nota fue publicada originalmente en 2017.

Parto por una advertencia: esta columna es solo acerca de bienestar económico y social. Por supuesto, la vida es mucho, mucho más que ingreso per cápita, imperio de la ley o metros de áreas verdes por habitante. La plenitud está más estrechamente vinculada a asuntos tales como la calidad de las relaciones interpersonales, el sentimiento de pertenencia o el sentido de propósito.

Sin embargo, asuntos de esa naturaleza no forman la médula del quehacer de un gobierno. La función primordial de las autoridades es más modesta: ofrecer las mejores condiciones posibles para que cada uno pueda llevar a cabo un proyecto de realización personal en libertad, no entregar esos proyectos ya precocidos. Su objetivo es tan solo administrar los recursos y espacios comunes de modo tal de facilitar el que cada uno pueda encontrar su propio espacio de felicidad, ya sea practicando budismo zen en el Cajón del Maipo, desviviéndose por su club de fútbol o bailando cueca cada noche y hasta el amanecer. Es por eso que las legislaciones de todas partes del mundo se refieren al Poder Ejecutivo como “la administración”.

Si usted cree que el rol del Estado es más que la mera administración y piensa que debe aspirar a orientar la vida de los ciudadanos y proponer espacios de realización, puede dejar la lectura hasta acá. No habrá acuerdo conmigo.

Observe el siguiente gráfico. Muestra la trayectoria del PIB per cápita de algunos de los países más ricos de Latinoamérica.


PIB per cápita ajustado por inflación y por paridad de poder de compra. Fuente

Antes de continuar, una aclaración. La trayectoria temporal del PIB per cápita subestima de modo muy significativo el incremento real en el bienestar material que hemos experimentado como humanidad, porque no es capaz de contabilizar del todo el verdadero maná que ha traído la avalancha tecnológica. Escribí una columna completa acerca de eso. Por ese motivo, las series longitudinales son inadecuadas para comparaciones absolutas del cambio de riqueza a lo largo del tiempo. Sin embargo, las mismas series sí permiten comparaciones relativas entre sujetos o territorios. Dado que para todos los involucrados el PIB per cápita es incapaz de medir las bondades de Internet o la generación de energías renovables domiciliarias, podemos seguir utilizando esta métrica como proxy de riqueza material relativa para efectos de comparaciones transversales.

Chile pasó de la medianía de la tabla a detentar el liderato absoluto a nivel regional. Es francamente espectacular. En el caso de Índice de Desarrollo Humano –un indicador que conjuga ingresos, salud y educación– encontramos algo parecido. En el primer reporte, en 1990, alcanzamos un puntaje de 0,7, lo que nos posicionó en el percentil 33. En la última versión trepamos a 0,847, que equivale al percentil 20,2. Pasamos a ser punteros de Latinoamérica y sobrepasamos a países como Argentina, Hungría y Portugal.

La réplica inmediata de los críticos a nuestro modelo de desarrollo es la inequidad. Dado que Chile es un país muy desigual –un triste e irrefutable dato de la causa– entonces esa trayectoria ascendente, sostienen, solo ha beneficiado a unos pocos privilegiados. O peor aún, arguyen otros, ese crecimiento ha acentuado la desigualdad.

La evidencia muestra otra cosa. Piénselo de este modo: el monto per cápita a nivel nacional se ha multiplicado por 3,3 desde 1982. Para que esta enorme expansión de la torta global no hubiese beneficiado en al menos la misma proporción a los más pobres, la desigualdad tendría que haber crecido de modo brutal. Veamos qué ha ocurrido.



Índice de Gini desde 1987. (0 = igualdad absoluta, 100 = desigualdad absoluta) Fuente

La desigualdad no solo no ha experimentado la explosión que se requeriría para multiplicar la riqueza por 3,3 sin beneficiar a quienes ganan menos. Ha disminuido. Poco, pero ha disminuido. Sigue siendo intolerablemente alta, es cierto, pero comienza a caer.

Otra manera de mostrar cómo el progreso es una marea que levanta todos los botes es con el trillado, pero no por eso menos espectacular, gráfico de reducción de la pobreza.

Porcentaje de personas en situación de pobreza por ingresos. Nueva metodología (2006-2013) y tradicional (1990-2013). Fuente: CASEN

El meollo del problema es que quienes reprochan nuestra senda al desarrollo se enfocan en una foto el presente, cuando lo correcto es analizar la película. Ven a ricos en Ferraris por un lado y a quienes viajan hacinados durante horas en micro y piensan “esto está podrido”. Comparan departamentos de 15.000 UF con las viviendas sociales y concluyen que vamos camino al despeñadero. Contrastan los relucientes parques del sector oriente de Santiago con los tierrales de las comunas más pobres y razonan que la nuestra es una sociedad enferma.

Hay que meterse en la cabeza lo siguiente: alcanzar el desarrollo desde el bajo punto de partida en que nos encontrábamos hace no mucho, es una tarea que necesariamente toma muchas décadas, y nunca habíamos avanzado tan rápido como en el periodo reciente. Al ser testigos de las inequidades flagrantes nos cuesta muchísimo proyectar a ese tipo de escalas temporales, pero es lo correcto. El cerebro humano evolucionó para enfrentar desafíos inmediatos y funciona de las mil maravillas para inyectar adrenalina ante la aparición de un leopardo, pero no está bien configurado para el largo plazo. Nos enteramos de los tiempos de espera de FONASA y nos escandalizamos, exigimos una solución inmediata, todo está mal. Incluso en salud pública, nunca había estado menos mal que ahora.

Desde los años de la colonia española hasta la década de los ochenta, Chile fue un territorio fundamentalmente pobre. Incluso durante el boom del salitre. Pocos días antes del inicio del mundial del ‘62, un par de periodistas italianos enviados a cubrir el torneo publicó en Il resto de Carlino una nota subtitulada “La infinita tristeza de la capital chilena”:

… esta capital, que es el símbolo triste de uno de los países subdesarrollados del mundo y afligido por todos los males posibles: desnutrición, prostitución, analfabetismo, alcoholismo, miseria... Bajo estos aspectos Chile es terrible y Santiago su más doliente expresión, tan doliente que pierde en ello sus características de ciudad anónima.

No les faltaban razones. En la década de los sesenta, la desnutrición infantil era un problema tan serio que su resolución se volvió objeto central de las políticas públicas, muchos ni siquiera podían solventar zapatos, y los conventillos recibían a decenas de familias soportando un baño común.

A una velocidad inédita en nuestra historia, ingresamos el club de los países de ingreso medio. De paso, el flagelo de la desnutrición fue desplazado por el de la obesidad. Es un logro impactante. Algunos pocos han conseguido avances incluso más rápidos (Corea del Sur, Japón, Singapur) pero son casos muy excepcionales.

Cuando en un milenio más, alguien grafique la trayectoria de nuestra riqueza desde los inicios de la colonia, observará un gran planicie casi pegada al piso, seguida de un brusco escalón casi vertical a partir de los ochenta del siglo pasado. “¿Qué carajo pasó ahí?”, se preguntará.

Hagamos el ejercicio. Angus Maddison, quien fuera profesor emérito de la Universidad de Groningen, construyó seres de tiempo con perspectiva de milenio. Para el caso de Chile, los datos comienzan en 1820. Tomemos como punto de partida el arribo de Diego de Almagro en 1536, y supongamos por un momento, que para periodos anteriores el ingreso per cápita es constante e igual al de 1820. En realidad, hay muy buenas razones para suponer que era inferior, pero no es relevante, porque al comparar con las cifras actuales esas diferencias serían apenas perceptibles. Hacia adelante, es imposible saber qué ocurrirá. He mantenido la cifra de 2016 para que la escala no vuelva invisible el periodo 1820 - 2016.



PIB per cápita ajustado por inflación y por paridad de poder de compra, 1820-3017. Fuente: Maddison Project, actualizado con cifras de crecimiento del FMI

Imagine que la consecución del desarrollo es la cumbre de una montaña. Es como si hubiésemos vivido varios siglos moviéndonos en las inmediaciones del campo base, y recién hace 35 años iniciamos un carrerón que nos llevó como nunca antes hasta el campo alto. Falta todavía un montón para la cumbre, eso nadie lo discute, pero nunca habíamos ascendido tan rápido ni llegado tan alto. Pese a ello, muchos levantan la cabeza, observan la cima todavía lejana y se quejan con amargura de “lo mal que estamos”.

Puesto de otro modo, citando a un sabio tuitero, es como si, no obstante el bicampeonato en la Copa América y el indiscutido mejor ciclo de nuestra historia futbolística, nos quejáramos de que, eliminados en octavos por Brasil, estuvimos lejos de ganar el mundial.

Además de funestos efectos en políticas públicas, censurar con dureza el camino que hemos recorrido trae consigo una dolorosa consecuencia en el plano personal: amarga nuestra propia vida de modo injustificado. Aun cuando a nuestro alrededor muchos sobrevivan con pensiones indignas y aun cuando los campamentos sigan siendo una realidad, al observar con perspectiva histórica debemos sentirnos orgullosos de cuánto hemos avanzado estas últimas décadas. Para muchos, puede resultar chocante sugerir que hay motivos de celebración mientras persista la miseria. Sin embargo, convencernos que este tipo procesos necesariamente toma décadas y enfrentar nuestra historia con satisfacción, hará de nuestra vida una mucho más feliz que si vivimos rumiando malestar por todo lo que aún nos falta.

Por supuesto, una actitud orgullosa no es sinónimo de autocomplacencia. Los desafíos son enormes. Pero es muy distinto acometer la cumbre desde el campo alto que desde el campo base.

Hace pocos días, una candidata a la presidencia manifestó que “nuestro verdadero adversario no son los hipotéticos cuatro años de gobierno de Piñera, sino que los últimos 30 años de un modelo político, económico y social que beneficia a unos pocos”. Independiente de la postura política, adoptar la actitud opuesta a esta visión no solo se ajusta mucho mejor a la verdad. Le ayudará a enfrentar la vida con justificada esperanza y un muy bien fundado optimismo.