Hay un capítulo de Los Simpsons en que Homero descubre a Apu siendo infiel, quedando tan descolocado con la postal que camina en reversa por cuadras hasta llegar a su casa, su pieza y continuar en sus sueños. Bueno, esa sensación tuve después de ver la recién estrenada Star Wars: Los últimos Jedi. Salí del cine en silencio, pensando, analizando, elucubrando, desde el metro a mi cama, de la mañana a la noche, tratando de develar si estaba completamente feliz, molesto o con reparos. Y después de meditar por horas, sentí la Fuerza, y tuve la respuesta: El episodio VIII de Star Wars es completamente diferente a lo visto y significa un cambio que llegó para quedarse. O lo abrazas o te apenas, e ahí el dilema. ¿Las razones? Leer lo siguiente tú debes:
La previa: el 2015 vimos el primer apronte con El despertar de la Fuerza (2015), película que marcaba el regreso de las aventuras de los Skywalker después de diez años, esta vez bajo la casa Disney y con George Lucas, creador y líder supremo de la saga, distanciado y con pocaza participación. Una experiencia entretenida, luminosa, familiar; pero carente de dramatismo y novedad. Pues era casi un calco de la germinal Una nueva esperanza (1977), pero con otros personajes y ritmo. Y lo que más me dolió, es que despedía sin cariño y nerdismo a quizás el personaje más querido y humano de Star Wars, ese que disparó primero, el tremendo Han Solo. Entonces la crítica fue dispar y también la mayoría de la fanaticada en su recibimiento, lo que significaba que el siguiente paso debía mejorar y cambiar la fórmula.
El verdadero despertar de la Fuerza: o mejor dicho Rogue One (2016), en lo personal, lo mejor de la franquicia en esta nueva era. Y la huella y camino que había que seguir. Retomando el sentido épico y heroico que cautivó a los seguidores de tomo y lomo. Los Yoda, los Obi Wan, los Darth Vader. Jugándose el riesgo de un director joven (Gareth Edwards), mostrar personajes completamente desconocidos, pero humanizados, políticos y con los guiños de nostalgia en su punto y perfectos. Es decir, Star Wars: Los últimos Jedi debía tocar estas teclas, indagar estos escenarios. Pegarse el salto.
Un jedi revoltoso: de esta manera, el paso siguiente fue la salida de J.J. Abrams (las dos primeras y nuevas Star Trek, Super 8) de la mesa de dirección y la entrada un tal Rian Johnson, quién ganó puntos con la oscura y futurista Looper, unos capítulos de Breaking Bad (o sea) y venía armándose un currículum en la ciencia ficción. Y aquí tenemos un detonante. Porque si algo ofrece este nuevo film de jedis y batallas espaciales, es una mirada e historia propia. Un trabajo que, para bien o para mal, difiere de otras entregas, con escenas de acción fenomenales, mucho-mucho humor satírico (que se ríe de los mismísimos códigos de Star Wars), posee estructura atípica en su argumento y aporta con homenajear lo que representa el alma de la Guerra de las Galaxias. Además de una factura técnica muy, pero muy buena.
El Halcón Millennial: ya con todo lo descrito y con los planes de la Estrella de la Muerte sobre la mesa, es hora de dar sentencias, definiendo que este capítulo VIII se alza como puente y relevo de lo retro y actual. Una suerte de eslabón perdido que conecta la saga original de George Lucas y lo que le depara próximamente a la galaxia muy, muy lejana. O lo más cuático y terrible, un punto de quiebre entre las generaciones ochenteras-noventeras y las actuales. Despidiendo al tono, foco y personajes que estábamos tan acostumbrados a ver, para entregar nuevos tiempos, vueltas de tuerca y figuritas de acción. Tanto, que la columna narrativa y temática central de todo, el linaje Skywalker y su complicidad con la Fuerza, queda en jaque y se cuestiona. Incluso, la deja como un maravillo y lindo recuerdo. Rey entregando el sable de luz a Luke Skywalker, ahí, ahí está todo.
El mensaje: por eso si nos fijamos bien, la gran tesis de Star Wars: Los últimos Jedi es responder la pregunta “¿Cuál es mi lugar y misión?”, y todos los protagonistas, justicieros y enemigos, sumado a la propia cinta por lo ya descrito, buscan tal respuesta que finalmente se responde.
Resolvimos algo el puzle, por ende lo siguiente es detallar qué cosas se aplauden y otras no tanto de esta cinta, adelantando que todo este cuento no es una lucha entre gustos viejos y lolitos, simplemente la apreciación y evolución de Star Wars en el hoy por hoy. Del más importante imaginario ñoño fílmico existente.
Dedito para abajo: partiendo con las patas cojas y las más notorias, es que hay ciertos nuevos personajes (villanos y héroes) y, específicamente escenarios, que están de más o con un abuso de tiempo usado en ellos. Y que al final si hilamos fino, no tienen mayor aporte a las problemáticas de la trama central. No son relleno, sólo que hay mucho foco para tan poca resolución y aporte. También están los chistes, pues si bien Star Wars nunca ha desconocido de sus tintes de comedia con personajes hechos para eso, en esta ocasión, son los potentes y “serios” los que dan uno que otro gag que, para mí, me sacaron del film. De una. Ejercicios que pueden ser apuestas de esta nueva mirada y espíritu, pero que tal vez debieron ser más sutiles.
Dedito para arriba: junto con Rogue One debe tener las batallas cósmicas y escenas de peleas mejor logradas y épicas de la saga. Teniendo como ejemplo las secuencias que abren la película. En lo que respecta a las actuaciones y las motivaciones de los personajes principales, hay cosas notables; Kylo Ren (Adam Driver) sigue siendo el joven fracturado y en constante debate interno, pero ahora con más sangre y guata.
Por el lado de los héroes, el rol y desplante de Rey (Daisy Ridley) encanta, emociona y se aplaude, por su carisma, ángel y potencia física; al igual que Poe Dameron (Oscar Isaac) que en esta ocasión tiene más participación y juega su propio versus entre el héroe intempestivo o el líder sensato.
A su vez hay contextos bien interesantes que se tratan, como la figura de la guerra como el mejor negocio para los poderosos, sin importar del lado que sean; junto con sentir a la Resistencia no como un todo aunado, sino como un grupete que se conflictúa en sus liderazgos, lo que hace que la veamos sufriendo y al límite como nunca.
Pero lo mejor, lo mejor, es la importancia y presencia que dan a los hermanos fundacionales de Star Wars, Leia y Luke Skywalker, proyectándolos a la altura de lo que representan y de una manera inédita y jamás vista. La Fuerza en su máxima expresión, llena de nostalgia, vueltas de tuerca pero también de poder y sabiduría. Hermoso.
Finalmente, y con la música de John Williams de fondo, Star Wars: Los últimos Jedi se encumbra firme y renovada, cimentando todo un universo nuevo y que al parecer no piensa terminar. Lidiando entre lo clásico y lo contingente, pero confirmando, que nada será como antes. Situación que puede doler o atesorar lo realizado; para mirar el futuro horizonte de dos soles, con los pies en la tierra y dispuestos a la experimentación.