Fue un 18 de septiembre cuando vi por última vez las nevadas cumbres de los Andes, aún con un choripan en la guata. Mientras el tío del avión le ponía turbo y cruzábamos la frontera, me convertía en uno de los cerca de 9.000 chilenos que estudian en el extranjero.
Nuevo país, nuevo idioma, nuevas amistades. Entre los muchos beneficios que conlleva la experiencia, uno de los más valiosos es tener la oportunidad de ver una nueva cultura en terreno, pero también la de ver la propia bajo una nueva luz.
¿Qué cosas me traería de vuelta a Chile? Ésta es mi opinión luego de 5 meses viviendo en Alemania.
La primera vez que fui a botar la basura en Alemania, me sentí como un primate que llega por error a la civilización. ¿Por qué hay tantos contenedores?, ¿no puedo echar la basura por un agujero y chao?, ¿quién se llevó mi liana?
Aunque algo hemos avanzado con el tema del reciclaje a nivel país, todavía falta mucho para que sea algo en lo que pensemos por defecto (si quieren empezar, aquí una guía).
En Alemania aprendes rápidamente a subirte al tren del reciclaje. Ahora tengo 4 distintas bolsas donde separo papel y cartones, envases y plásticos, desechos generales y orgánicos. No es sencillo, aún luego de meses todavía me olvido de poner el cartón de leche con los plásticos (por la tapita), pero con el tiempo se va aprendiendo y además se toma conciencia de la cantidad de basura que uno genera.
Como contraste: en Santiago metía cartón, metal, cáscara y plutonio en la misma bolsa, y se iba todo vía exprés y sin retorno por el shaft de la basura.
El hecho de clasificar la basura y bajar con ella para colocarla en el contenedor adecuado te permite lidiar con ella directamente y darte cuenta de que es un problema. Reciclar es lo mínimo que deberíamos estar haciendo.
Los contenedores, por cierto, se vacían apenas dos veces por mes (donde vivo), así que si no quieres tener un vecindario rebosante de basura, hay que hacer el esfuerzo de minimizar los desechos.
El reciclaje de botellas es también casi una profesión en Alemania. Es cosa de dejar una en la calle y esperar. En minutos aparecerá un "hado" dispuesto a reciclar la botella por unos centavos, personajes ya legendarios de cualquier ciudad alemana y que, en ciertas situaciones como el Carnaval de Colonia donde es más probable pisar botellas que suelo firme, son absolutamente necesarios. Puede que algunos sean similares a los recicladores base en Chile, pero muchos otros son simplemente alguien que algún día quiso ganarse unos pesos de más y se puso a recoger. Es algo común.
Por último, una mención al Sperrmüll, un día específico cada tantos meses donde se recogen muebles y "basura" de grandes dimensiones. Cada barrio tiene su fecha y en estos días verán a cientos de estudiantes sapeando los desechos para llevarse algo valioso a casa antes de que pase el camión recolector. Una especie de "El precio de la historia" pero sin un peso de presupuesto.
Créditos: Johann H. Addicks
Como sureño nacido y criado en el barrio de Collao, Concepción, me da un poco de envidia el poder que tiene cada estado federado alemán e incluso cada ciudad, en lo concerniente a sus habitantes.
Claro, Alemania tiene una historia distinta, siendo desde el principio una especie de unión de pequeños estados que acordaron unirse para facilitar el traspaso de productos entre ellos. Cada estado tenía ya su cultura, tradiciones e incluso idioma. Más de un siglo después existe una única bandera y un solo himno, pero la tradición regionalista es más fuerte que nunca.
Imagínense que la capital de Alemania Occidental era la pequeña Bonn, ciudad descrita en 1986 por un corresponsal estadounidense como “la mitad del tamaño de un cementerio de Chicago y el doble de muerta”, pero cuyo título recién se lo arrebataría Berlín luego de la unificación y por un estrechísimo margen.
No quiero aburrirlos hablando de la división política de Alemania, así que en pocas palabras: cada estado federado tiene su gobierno y parlamento propio y son ellos los que deciden el presupuesto y la legislación de su territorio. Obviamente, hay decisiones que se toman a nivel federal, pero allí también existe representación local a través del Consejo Regional, donde cada estado tiene votos proporcionales a sus habitantes (Berlín, por ejemplo, tiene 4, mientras que los más poblados tienen 6). Este organismo cumple el rol de la Cámara Alta, mientras que el Parlamento Federal, que tiene mayores poderes, es la Cámara Baja.
Y ojo que tampoco dan su regionalismo por sentado. En 2006 se aprobó una reforma que disminuyó notablemente el número de leyes que requerían aprobación del Consejo Regional (es decir, nivel federal), pasando directamente a ser decisiones a nivel de cada estado. Así se controló el aumento del poder central que había crecido en los últimos años.
Como publicista, viví en carne propia la poca consideración de ciertas empresas por el tiempo libre de sus empleados (que te llaman a las 3 de la mañana por un Excel o un .ppt). En Alemania serán muy buenos trabajadores, pero una vez que termina el horario laboral, sin un minuto de demora, se cierra esa puerta y no se vuelve abrir hasta el primer minuto del siguiente día laboral.
Obviamente siempre hay excepciones. El entrepeneur que quiere salir a flote con su empresa se quemará las cejas en Santiago, Pekín o Berlín. Pero el empleado promedio alemán conoce sus derechos y no trabajará ni un segundo más (a menos que lo quiera por un jugoso bono).
Calculo que la edad promedio en mi gimnasio ronda los 50 años. Dado que los jubilados tienen buenas pensiones, la tercera edad alemana tiene libertad de acción e invierte mucho de su tiempo en mover el culo. Es cosa de subirse a cualquier tren en un fin de semana: la mayoría son grupos de tercera edad listos y dispuestos para una excursión en la naturaleza.
La actividad no solo los mantiene en buena forma, sino que también los ayuda a formar círculos de amistad con otros jubilados y refuerza sus lazos con la familia (¿quién no amó cuando pequeño salir de paseo con los abuelos?). Dos puntos que, a su vez, ayudan igualmente a mantenerlos sanos mentalmente.
Según el Global AgeWatch Index (2015), un reporte que mide el bienestar de la tercera edad, Alemania ocupa el 4to lugar. Chile también ocupa una posición bastante buena, en el lugar 21. Pero hay ciertos subdominios donde nos caemos: “seguridad de ingreso económico” y “entorno y ambiente propicio” (especialmente en el apartado “seguridad física”).
Algo también enlazado a lo anterior es el hambre por seguir aprendiendo, sin importar la edad. Soy fan particular de las Volkshochschulen alemanas o universidades populares.
Se trata de instituciones (más de 900 en Alemania) que ofrecen clases y talleres en distintos formatos para personas de toda edad y nivel de estudios a precios bastante accesibles. Estos son algunos ejemplos de clases de la Volkhochschule de mi ciudad: “Cómo encontrar y desarrollar nuestras fortalezas”, “Lenguaje corporal en perros”, “De la primera imagen al post-procesamiento en Photoshop”, “Arqueología de la Segunda Guerra Mundial”, “Bailes latinoamericanos: bachata y salsa” y “Sátira africana”.
Las universidades populares tienen una oferta increíble y además cumplen un rol fundamental en cuanto a los inmigrantes ya que es aquí, principalmente, donde se ofrecen cursos para su integración.
Actualmente, las universidades se financian mediante el pago por clases, subsidios municipales y dineros que vienen del nivel regional y federal.
Mi abuelo siempre me comenta del tren que tomaba desde Concepción para ir a Santiago. ¿Pero qué pasó Chile si tenías trenes tan chéveres?
Alemania es el sexto país con mayor número de kilómetros cubiertos por vías del tren, y es solo superado por países muchísimo más grandes. En otras palabras: tomas el tren hasta para comprar el pan.
Contar con tantas alternativas facilita mucho el movimiento por el país, ya sea para trabajar o estudiar, además de limpiar las calles de tanto auto y bus. El sistema no es perfecto y no es para nada puntual pero, tomando en cuenta sus dimensiones, funciona.
La compañía ferroviaria principal del país, Deutsche Bahn (DB) es objeto frecuente de chistes y memes. ¿Cómo se dice "atraso" en chino? Doi Che Ban.
Mayor infraestructura ferroviaria es un sueño de muchos chilenos. Algo se ha avanzado, comenzando con distancias cortas.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña quiso reformar el sistema de radiodifusión alemana para que ningún futuro ex-pintor bigotudo pudiera explotarlo para su beneficio. Siguiendo el modelo de la BBC, Alemania dio a luz a su propio sistema de radiodifusión financiado no por el gobierno, sino directamente por la gente.
Salto al siglo XXI, Alemania aún mantiene esta tradición con la radio y TV, sumando eso sí la competencia de los medios privados. A esto se le llama el “modelo dual” de radiodifusión alemana.
A diferencia de un canal público financiado por el gobierno (tipo TVN antiguamente), el sistema público alemán se financia mediante un pago mensual que todo hogar alemán debe hacer (mismo sistema que la BBC). Esto permite que los canales de televisión y emisoras de radio que pertenecen a este sistema sean, al menos en el papel, neutrales y libres de la mano del gobierno de turno.
Tener financiamiento asegurado permite también liberarse de la presión de hacerlo todo por el rating y mostrar menos publicidad. “Entretener, educar e iluminar”, fueron los principios mencionados en la fundación del sistema.
Pese a la batalla de los canales privados, la calidad del sistema público sigue dominando la torta alemana, logrando posicionarse con los 3 canales más vistos en 2017.
No es un sistema libre de polémica, eso sí. Muchos alemanes creen injusto tener que pagar por transmisiones que no ven, otros cuestionan la calidad por la cantidad de dinero que aportan (sobre todo comparando con la BBC, el modelo indiscutido), y también han habido polémicas por supuestas presiones del gobierno que estarían amenazando la neutralidad del sistema.
Sin embargo, un sistema bien hecho de radiodifusión pública puede ser una herramienta muy valiosa y una opción muy bienvenida al sensasionalismo y farándula de la televisión privada. La neutralidad también es un valor fundamental, sobre todo si consideramos que, según la IX Encuesta Nacional de Televisión, el 61% de los chilenos cree que las noticias de la televisión abierta “se cargan hacia un lado de la política”, el 70% opina que “hay noticias que no se dan a conocer” y solo un 43% afirma que se “cubren las noticias con neutralidad”.
Alemania y Europa en general son muy generosos con los estudiantes. Mi matrícula universitaria, por ejemplo, me permite viajar gratuitamente en el transporte público de mi ciudad y otras cercanas, además de tomar trenes regionales gratuitos dentro del estado.
Los descuentos se extienden a todo tipo de locales y servicios: la universidad popular mencionada arriba, cines, tiendas de ropa, telefonía, suscripción a diarios y revistas, tecnología, etc.
También existe una razón para compañías privadas: captar clientes desde jóvenes. El negocio de la prensa alemana, por ejemplo, funciona así, con grandes descuentos estudiantiles con la esperanza de tenerlos como lectores luego en su vida laboral.
Aunque haya mucho que aprender de otros países, claro que también hay otras cosas que se extrañan, incluso viviendo en un país “modelo” como Alemania.
Personalmente, tengo una vena hinchada por no hablar en güen chileno. Aunque pueda conversar en español con otros latinos, los chilenos tenemos un no-sé-qué-que-qué-sé-yo que se refleja en nuestro nutrido diccionario de modismos intraducibles. Más de una vez he tenido que explicar la versatilidad de la palabra “hueón”, enumerar los dichos que incluyen la palabra “pico” o defender por qué está totalmente aceptado saludar a un amigo con un casual “¡Güena conch…!”. Esto es simplemente único de los chilenos.
Aunque los alemanes se vanaglorian de su pan, lo que de verdad me falta en mi día a día es una buena marraqueta o su recién horneada hallulla. Los ingredientes, al menos, están, pero no es lo mismo que ir donde la tía de la esquina, esperar 10 minutos a que salga el pan, y salir con una bolsa humeando.
Un manjars.
Como sureño y costeño, también extraño tener el mar a la mano y la simple versatilidad de nuestra geografía. Incluso viviendo en Santiago, el mar no está a más de una hora, lo es nada en comparación con las zonas centrales de Europa. Yo estoy relativamente “cerca” en el oeste de Alemania, a unas 3 horas en auto.
Por último, mencionar al incomparable quiltro de la calle. Ya sea en pleno carrete en Bellavista, en vacaciones en la playa o en la parada militar, en Chile no falta el perro callejero tiernucho que se gana tu cariño, a veces, por siempre. En Alemania, como en toda Europa, un perro tiene tantos documentos como un hijo, por lo que simplemente no existen animales callejeros. Es bueno, obviamente, ya que no hay perros o gatos enfermos, muriéndose de hambre o siendo apaleados por algún cavernícola. Pero cuando se viven frustraciones día a día por el idioma y el estrés de las clases te come por dentro, el alboroto y espontaneidad de un quiltro sin dueño te ayuda a recordar que la perfección y el orden también pueden ser sobrevalorados.