Durante mis años haciendo críticas y comentarios de discos en revistas de música –Rolling Stone, Extravaganza!, Sonar, entre otras- algunas raras veces te topabas con un verdadero descubrimiento. Algo que te ponía incomodo por el sólo hecho de no poder compararlo con ningún referente claro (un viejo vicio de los periodistas de música que ocupamos instintivamente al comentar algún trabajo). Me acuerdo de Funeral, el primer disco de Arcade Fire, algún álbum de TV On The Radio o los sonidos espaciales de Animal Collective. Eran muestras de un concepto extraño. Algo desconocido, pero maravilloso y que parecía hablar desde el futuro. Eran sencillamente innovaciones en la historia de la música.
Hoy en el mundo de las comunicaciones y el desarrollo social la innovación sigue provocando el mismo tipo de incomodidad: cuando vemos una idea creativa, revolucionaria y rupturista nos sentimos fascinados y sorprendidos, pero inmediatamente llegan los miedos sobre cómo esto se va a desarrollar bajo los parámetros de lo tradicional. No sabemos bien cuáles son los referentes sobre los que se puede evaluar la idea y todo tipo de valorización reglada pierde sentido. Nos enfrentamos a un concepto extraño y por eso debemos estar abiertos a considerarlo sin mirar para el lado.
Sucede cuando hay que apostar por una nueva propuesta de alguna fundación que no es de las “tradicionales”, cuando hay que invertir en algún emprendimiento tecnológico que no tiene flujos futuros claros o cuando un nuevo medio irrumpe en el panorama de las comunicaciones que ofrecer valor desde otra vereda. Son pequeños movimientos de timón que nos desorientan, pero que también funcionan como los únicos mecanismos capaces de llevarnos hacia otros rumbos, aunque siempre exista el riesgo de perderse en el intento.
Una disposición que cada vez se debe hacer más habitual entre nosotros, ya que hoy la innovación es parte esencial del desarrollo social de nuestro país y está sirviendo para abrir puertas que seguramente nos mostrarán otras visiones. Algunas que se pueden convertir en verdaderos avances si no tenemos miedo de aplaudirlas. Tal como me sucedió en el 2004 con ese ruidoso combo de Montreal llamado Arcade Fire.