Por qué los santiaguinos no pagamos el Transantiago: una explicación freak, pero posible.

Por Rodrigo Figueroa Reyes @Rodrigohernan | 2015-04-13 | 19:32

Amigo, la respuesta es sólo una, me dijo una vez un señor en la calle, respecto de esta pregunta: los chilenos somos una manga de patos malos. Suena fuerte, pero curiosamente, más de alguien ahí presente movió la cabeza con algún dejo de amén ante tal dictamen: como si algún lápiz pasta azul o alguna goma de borrar ajena súbitamente viniese a la memoria. <o:p></o:p> Alguna vez, cuando era muy pequeño, yo también me robé una mini lechuga desde el puesto de un feriante. Lo recuerdo como si fuese ayer, pero aclaro, siguiendo el protocolo de Andrés, que tal hecho prescrito está, y olvidado por mi conciencia. Confieso también que en alguna oportunidad me incliné a creer que tal teoría era verdad: que los chilenos somos ladrones, que somos deshonestos, que nos gusta lo ajeno. De hecho, busqué por Europa el famoso cartel de una historia con la que muchos de nosotros tuvimos el dolor de crecer. Pero ahora estoy aquí: firme y dispuesto a mostrar que los chilenos no somos tan patos malos como solemos creer, y que muchos de los vicios que nos gusta adjudicarnos con exclusividad, son en verdad vicios bastante comunes a lo que popularmente se denomina como ser humano. También mostrar que, curiosamente, el tipo de política pública denominado Transantiago podría tener la semilla del pecado en su propia concepción: los santiaguinos pagamos en menor medida el Transantiago por un error de diseño.<o:p></o:p> Parte I: ¿Somos los chilenos tan rufianes como nos agrada pensar de nosotros mismos? ¿Somos tan deshonestos que hasta los suizos tuvieron que poner  carteles advirtiendo a la gente nativa de aquellos pueblos honestos, pulcros y de buen corazón de que la cosa anda mal con nosotros? Los datos de evasión parecen ser contundentes, y amenazan con darles la razón a los suizos: ¡Time off! <o:p></o:p> Vayamos un poco al pasado, retrocedamos unos diez años en la historia, hacia ese Chile oscuro, frío y gris que las nuevas generaciones suelen mirar con sospecha y desprecio.<o:p></o:p>¿Cómo funcionaban las cosas en la era pre-Transantiago? <o:p></o:p>Bueno, para quienes no lo sepan, la micro había que pagarla con monedas, y curiosamente la gente solía hacerlo. Es más, la gente solía subir por la puerta trasera del bus y hacer llegar su pago al conductor en un puente humano (de chilenos) improvisado. Rara vez el dinero se perdía en el camino, y más aún: rara vez el boleto no llegaba de regreso. ¡Cómo! ¿En serio? Sí, así era. Entonces, ¿qué pasó? ¿a los chilenos nos bajó la maldad junto con la llegada de los reality shows?<o:p></o:p>¡No!<o:p></o:p>Una razón posible –aunque no exclusiva- del explosivo aumento de la evasión es el propio diseño de la política pública conocida como Transantiago, y más precisamente la famosa tarjeta BIP.<o:p></o:p> ¿Cómo eso? <o:p></o:p>Me explico.<o:p></o:p> Dan Ariely, profesor y autor israelí, hizo un experimento con estudiantes del MIT en EEUU. Colocó sigilosamente un six pack de Coca Colas en los refrigeradores comunes en los departamentos de estudiantes de la universidad. ¿El resultado? En menos de 72 horas todas, e insisto, todas las latas de bebidas habían desaparecido. ¡Esperable! Cierto, pero lo curioso del experimento es lo siguiente: Ariely puso, junto con las Coca Colas, algunos platos con seis billetes de un dólar. ¡Platita contante! Y, ¿qué pasó con el dinero? Después de 72 horas abandonados, los platos con dinero permanecieron intactos. Repito: ¡Intactos, camarada! Las Coca Colas tuvieron una vida bastante más corta en medio de la juventud!<o:p></o:p>En otro experimento con estudiantes, Ariely, les pidió completar un set de veinte problemas matemáticos y les prometió dinero por cada respuesta correcta. El primer grupo respondía el set y lo entregaba directamente al supervisor para su revisión y pago en efectivo inmediato (imposible mentir). El segundo grupo debía indicar verbalmente las respuestas correctas al supervisor (podía mentir) y recibía el pago efectivo de inmediato. El tercer grupo debía indicar verbalmente si su respuesta era correcta o no al supervisor (también podía mentir), pero en vez de dinero contante, recibía un vale que podía cambiar por el dinero en un counter a un par de metros de distancia. ¿Resultado? El primer grupo (que no podía mentir) respondió en promedio 3,5 preguntas correctas; el segundo grupo, 6,2; y el tercer grupo (que recibía un vale): ¡9,4!<o:p></o:p> ¿Conclusión? <o:p></o:p> Primero, Carabineros de Chile tiene razón: la oportunidad hace al ladrón. Al tener la oportunidad de mentir, algunas personas deciden hacerlo. Parece inevitable. Pero, en segundo lugar, y de acuerdo a ambos experimentos, al eliminar la transacción en dinero efectivo, es decir, cambiar dinero por un vale o por una Coca Cola, aumenta aún más la probabilidad de engaño. La gente, o sea nosotros, no pensamos curiosamente que robar 600 pesos  sea equivalente a no pagar un pasaje de 600 pesos.  De acuerdo a Ariely, lo que hacemos es racionalizar nuestra deshonestidad: nos decimos que después de todo el servicio es malo, que es sólo un pasaje, que me saco la mugre todo el día, que la micro está sucia,  que ya no venden helados tan ricos a bordo. <o:p></o:p> ¿Qué pasa entonces con el Transantiago?<o:p></o:p> Bueno, a partir de febrero de 2006, cambiamos las transacciones que ocurren a bordo de las micros: no más dinero en efectivo pagado en los dedos del multifacético chofer, y lo reemplazamos por una tarjeta azul, plástica, llamada Bip. Curiosamente, a partir de entonces, súbitamente la gente dejó de pagar la micro. Las filas de dinero que viajaban de mano en mano hasta llegar al conductor desaparecieron. El evasor se hizo popular, las autoridades cayeron en pánico y se consolidó la idea de un Chile (entiéndase Santiago) deshonesto. <o:p></o:p>¿Los chilenos cambiamos de un día para otro? ¡No! Al menos, no totalmente, si es que Ariely tiene la razón con sus experimentos: una parte del problema de la evasión, de acuerdo con esta evidencia, respondería al propio diseño de la política pública, y sería explicado por la eliminación de la transacción directa de dinero.<o:p></o:p>No hay nada especialmente malo con los santiaguinos: tal vez sea simplemente la naturaleza humana que muchas veces piensa de forma extraña.<o:p></o:p> Así de simple, aunque no por ello menos objetable. Pasa hasta en las mejores familias, con las mejores nueras, los mejores egresados y <a href="https://wikileaks.org/wiki/Switzerland:_A_parasite_feeding_on_developing_world%3F">los mejores países.</a><o:p></o:p> ¡A pagar la micro se ha dicho!<o:p></o:p>

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