AMOR, es un concepto recontra archi conocido y vive en la boca de casi todo el mundo, de una u otra manera, todos tenemos noción de lo que es o “debiese” ser el amor. Todos hemos hablado alguna vez sobre él (hasta el más rudo e indomable) o nos hemos sentido tocados por la“llama del amors”. Sin embargo, es difícil de reconocer.
Las palabras al igual que las personas, se enferman y se vuelven objetos de confusión. Esto también pasa con el amor como concepto. Es verdad que algunas palabras como apego, pasión, sexo, exaltación, excitación, se asemejan al amor, pero no son amor y nos llevan a confundirlo con romanticismo, atracción, autoestima o dependencia. Como dice Víctor M. Armenteros, en su libro Amor se escribe sin H, “el mundo se encuentra hechizado por las «love stories», cuando en realidad debiera aprender a vivir verdaderas historias de amor”. Se supone que la ficción no debiese ser más importante que la existencia, pero en ocasiones confundimos la intensidad emotiva con el amor (ojo que no está mal creer en el romance, pero distinto es, permitir que la sublimación de las emociones nos arrebate la realidad).
El otro día, reflexionando sobre el amor, arraigué una serie de conclusiones (que no tienen por qué ser populares y aceptadas por todos, ya que cada uno es un ser único, singular e irrepetible, por lo que habrá tantas conclusiones como seres en la faz de la tierra), que comparto a continuación:
Soy una convencida de que el amor, es una virtud que se contagia y una decisión decididamente racional que se construye día a día, con los sabores y sin sabores de la vida. Para mí, el amor se constituye como un acto de voluntad que persigue de manera libre e intencionada el bien de la persona que se quiere. En esta línea y para hacerme entender, me tomaré de las palabras de Aristóteles, que dice: “amar es querer el bien para el otro”. Es verdad que el amor, implica todo lo que es la persona, ya que amar es el acto más radical y englobantemente humano: amamos con todo lo que somos, con todo lo que tenemos y con lo que nos falta, pero con eso y más, aún no estamos viviendo plenamente del amor. Para amar, necesitamos vincular todo lo anterior con la voluntad: querer con todo eso, el bien de otra persona. Lo verdaderamente determinante en las cuestiones del amor, es la decidida decisión de perseguir y hacer el bien real y objetivo (no lo que a mí me parezca mejor) a la persona que se ama.
Ahora bien, no podemos olvidar que la voluntad humana es limitada –lo que no quiere decir que no pueda desarrollarse en pos del crecimiento– y aquí hay que tener claro que querer no es poder, porque querer, no es realizar lo que queremos por mucho que el querer sea sincero y fuerte. Cuando algo realmente se quiere, conscientemente se deben buscar aquellos complementos que hagan más pleno y posible el querer (si yo amo a mi esposo, pololo, novio, amigas, hermanos, hijos, padres, etc. tendré que manifestárselos con acciones que sean congruentes con mi manifestación hablada del amor, no basta con decirles sólo “te quiero” o “te amo” o “eres lo más importante para mí”). Y en este punto, entendí lo que NO ES el amor: amor no es un sentimiento (aunque sí debe acompañarse de ellos). Apoyar el amor sólo en las emociones o en los sentimientos, es condenarlo a vivir en la inestabilidad de las circunstancias o de la bioquímica y no acompañarlo de los afectos ni gestos adecuados –eso sería limitarlo y alienarlo–. “Querer” es el núcleo del amor, pero no lo es todo, ya que el amor se completa y enlaza con los actos necesarios para construir el bien que necesita la persona amada. La pasión se pasa, mientras que el querer puede descender, pero se puede realimentar al ser un acto de voluntad. El amor cuando es verdadero, existe más allá de nuestra mente, se sustenta en los valores de una felicidad razonable, de un diálogo permanente y de una realidad compartida. El amor no es selectivo, no acepta sólo lo bueno para omitir lo no tan bueno del otro, por el contrario, el amor es inclusivo, lo abarca todo y construye a partir de la integración.
Lamentablemente vivimos en una sociedad que potencia la competitividad en todos los ámbitos, incluido el carácter, por lo que aprendemos a amarnos con un escaso ejercicio de alteridad. Clasificamos al otro desde nuestra cosmovisión y pensamos que debe encajar en los límites de nuestro “buen juicio”. Y es verdad que debemos aprender a querernos nosotros mismos para poder amar a otros sin tapujos ni trancas, pero también debemos ser capaces de dar el salto hacia la empatía para no terminar esclavos del egocentrismo. Debemos entender que sólo podemos crecer emocionalmente cuando ayudamos a crecer a los demás. Sólo así se abre nuestra visión de mundo. El amor propio, en dosis justas, nos otorga identidad y seguridad, mientras que el ejercicio de la alteridad nos coloca en los zapatos de los demás, aportando respeto y solidaridad.
¿Y qué es el bien para el otro?
Obviamente, no se puede querer el mal en el sentido correcto para el ser amado, aunque en la vida muchas veces resulta difícil distinguir el bien real del bien aparente. Después de darle muchas vueltas, llegué a la conclusión de que el amor se transforma en un acto de libertad, inteligente, vibrante, creador, esforzado y desprendido, cuando ayuda al otro a perfeccionar su grandeza personal, es decir, cuando lo hace una persona más plena y feliz. Por lo que el bien real, sería todo aquello que ayuda al otro a ser una mejor persona.
Entiendo que toda persona es capaz de mejorar en proporción directa al amor que recibe. Además, se potencia y desarrolla en la medida en que la amamos más y mejor, no se puede pretender el bien de alguien, sin antes dar lo mejor de uno mismo. Así, la entrega personal se convierte en la culminación del amor: el único modo correcto de quererse como persona es ponerse entre paréntesis, con el objeto de hacer feliz al otro. Nuestra condición personal, consiste en entregarnos por amor al ser que amamos y buscar siempre el poder amar más y mejor.
Con todo lo anterior, y evocando el popular dicho, podría decir que “quien te quiere NO te aporrea” y es verdad que en este sentido a veces perdemos el norte. Realmente no sé por qué, pero sí sé que no podemos conformarnos con menos que el amor y si decimos amar a otro tenemos que amarle más y mejor.
Al visualizar el amor desde la entrega personal en función del bienestar del otro, he podido en lo personal, ir trabajando aquellos aspectos egoístas de mi carácter que me impiden experimentar del amor en su plenitud. He comprendido que la grandeza de todo ser humano va más allá de lo tangible y es tan superior y excelsa que una persona no merece menos que el amor incondicional y desinteresado que otro pueda ofrecerle en función de su propio crecimiento y desarrollo personal, sin importar su condición socioeconómica, credo, sexo, raza, educación, ni ninguna otra cosa. Comprendí que sólo el amor es capaz de transformar vidas destruidas en vidas con propósito y determinación, aprendí que sólo el amor produce amor y que si quiero dejar una huella en este mundo debo comenzar por vivir del amor, ya que sólo así podré alcanzar la felicidad de quienes me rodean y al mismo tiempo ser una persona feliz.
Y tú, ¿qué reflexiones podrías compartir sobre el amor?